miércoles, 31 de marzo de 2010

A paso horquilla

Tiempo de Cuaresma. Tiempo de recogimiento, retiro y reflexión. Tiempo de tradiciones, de arroz con leche, torrijas, pirulíes y arropía. Tiempo de penitencia, de amor fraterno y buenos sentimientos. Tiempo de hipocresía, de golpes de pecho, de apariencias.

Ayer acompañé a mi madre a ver los pasos de Semana Santa. Tradición curiosa. Siempre me ha parecido bonito de ver, pero nunca lo he terminado de entender como sentimiento. Me explico. Yo lo veo como una paradoja. Teóricamente, es una época de reflexión y de ánimo de mejora, sin embargo son apuntes superficiales lo que al final queda. A l@s que le gusta la Semana Santa (no es mi caso, sólo las vacaciones... y mis mayores respetos a los que compartan este sentimiento) la defienden a muerte, quieren tocar el paso, no sé por qué, y se santiguan cuando ve la imagen. Para mí no deja de ser una talla, bonita, he de reconocer el arte, por supuesto, pero que no significa nada más. No tengo ninguna devoción a una imagen, ya que es simplemente eso... una imagen. El sentimiento profundo, si existiese, que me temo que lo dudo, sería por lo que representa, no por la talla en sí.

Pues bien, cuando acompañé a mi madre, tuve ocasión de observar mi alrededor. Señoras que ocupan puestos en primera fila para no perder detalle, pero que sin embargo, están pendiente a todo salvo a la procesión... no entiendo tanto sufrimiento por conseguir ese puesto, la verdad, ya que cuando el paso hace entrada en la calle, las sorprendo a risas entre ellas mirando hacia otra parte... Curioso, la verdad. Por otro lado la típica madre (joven) que tiene a su hij@ de penitente. Esto me hace mucha gracia, a la par que me irrita. Estas señoras se pegan lo más que pueden a la gente y empiezan a vociferar el nombre del susodicho como si éste hubiera partido a la guerra hace diez años y lo viera por vez primera. Es increíble. Hacen que toda la multitud esté pendiente a ellas y a sus retoños. No sé si el día que tenga un crío (si es que lo tengo; aún no lo he decidido) me comportaré de esta manera tan vulgar. Espero que no, pero lo que sí me está enseñando la vida es que se cumple a pies juntillas eso de "No escupas p´arriba que se te puede caer en lo alto" o "Nunca digas de este agua no beberé".

Lo más sorprendente de todo, y de ahí este post, es un sentimiento que no pude controlar. No sé si fue nostalgia, emoción, impresión, pero algo me invadió. Quizás hacía mucho tiempo que no observaba esta tradición de esta manera tan cercana, pero la música, el paso acorde a ésta, me emocionaron tanto que no pude reprimir una lágrima.

Recuerdo de pequeña la misma situación. Mi madre y yo viendo procesiones. Veinte años después la historia se repite. No puedo evitar asociar un momento con otro. La chica que fui y que soñaba con ser una mujer de principios; y la mujer que me he convertido, cada vez más confusa si cabe. ¡Qué ironía!

No hay comentarios:

Publicar un comentario